martes, 21 de abril de 2009

La Voluntad, de Azorín


La voluntad en mí está disgregada; soy un imaginativo.
(Azorín)


1902: La Edad de Plata de la literatura española

Fue el año en que cuatro cimas de nuestras letras publicaron un grandes y sendos libros, mientras que otras dos preparaban dos poemarios-cima.

Los novelistas fueron:
-Pío Baroja: Camino de perfección.
-Miguel de Unamuno: Amor y pedagogía.
-Ramón María del Valle-Inclán: Sonata de Otoño.

Y los poetas:
-Juan Ramón Jiménez: Arias tristes.
-Antonio Machado: Soledades.

Algo en común, un mismo aire, tan distintos. Yo me quedocr con todos, pero Azorín, pshh.
Prefiero la sencillez barojiana, la genialidad de Valle, la filosofía vital y dubitativa unamuniana. Y si me quedo con alguien, con los dos poetas, enormes, caudalosos, que con un verso son capaces de crear y de hacer creer más que tantos novelistas: "... una fontana fluía dentro de mi corazón..."
La escritura de Azorín es como su propio careto:



La ironía.

Sin embargo, alabaré el libro, ya que este señor se merece un respeto, y un elogio, sobre todo por la virtud mayor de La Voluntad, la ironía.

Entre la indignación y la ironía, me quedo con la ironía...
(Azorín)


Pero antes permitdme un berrinche:
Lo que no soporto es su estilo, lo siento, yo soy más de metáfora y símbolo, de alegorías. Azorín, en la intragable primera parte, arremete contra la "facilidad de la metáfora". Él está más a favor de una sencilla y certera adjetivación. Como Baroja, pero es que Baroja con una frase hace lo que Azorín en una página.
Mea culpa, y no de José Martínez Ruíz, Azorín. Triste generación, la mía, que se aburre con estas páginas. Lo dije siempre, culpa de la caja tonta, que tantas mentes brillantes hace opacas. Tú coges una página de alguno de los primeros capítulos y verás que no has entendido mucho, y no por el fondo, si no por la forma. Demasiado vocablo que ya no está en uso en el habla coloquial: pleita, greca, mantellinas...

Bien, ya me he descargado, y me guardo un segundo berrinche para el final, y este porque Azorín es... un reaccionario.

La novela -es una opinión personal, subjetiva, visceral- gana después de la primera parte. Su estancia en Madrid, su vuelta a Yecla, los sueltos del diario del Azorín personaje, las cartas del narrador a don Pío Baroja.
Hay juego, ironía, hasta descripicones que hacen que el alma goce -el rastro, la zona de Ventas-. Hay reflexiones acertadas, sobre todo para mí, sobre los abúlicos, y yo, no lo dudes, soy un abúlico.
Hay un retrato que es interesante mirar, hay muchos retratos suculentos. Uno general, otros particulares. Sobre España, sobre los españoles. Yecla es una microespaña de la época. Yecla es una personificación, también, de Azorín. O Azorín es una víctima de su propio pueblo.
Yo recomiendo su lectura, para que el lector sepa que hay otro tipo de literatura que vale, que te puede aburrir e indignar, pero que acierta en su retrato y en sus observaciones.
Y es que hay páginas memorables, lo tengo subrayadísimo, oiga.
Y puedo sacar un centenar de citas de este libro.
El otro día tuve otra de mis epifanías. Un pulcro viejito me escrutó en el metro, estaba frente a mí y era igualito a José Martínez Ruíz, Azorín. No había reproche ni inquisición en sus ojos, más bien curiosidad apacible, quizá sabia, quizá irónica. Sí, recomiendo su lectura.

Segundo Berrinche.

El mal de España está en la democracia, dice, y en esos campesinos que se empeñan en que sus hijos estudien, cuando debieran seguir el oficio de sus mayores, con la hoz y el martillo. Hay alabanza en el retrato del campesino español, pero hay rechazo de su emancipación.
Yo, don José, trabajo con mis manos, y comprendo la nobleza de esta artesanía. Pero también he estudiado, y he leído. Y hay belleza y claridad y libertad en el estudio, hay una riqueza que no debe ser negada a nadie. Claro que soy de la opinión de que todos debían compatibilizar el ejercicio de su intelecto con un noble trabajo de sudor y cansancio físico.

Una vez escribí un relato

Sucedía en un reino que tenía una singular tradición, donde los príncipes, los aristócratas, los nacidos en alta cuna, debían, una vez cumplida la mayoría de edad, no hacer el servicio militar, no: debían vivir entre los campesinos como uno más, de manera anónima, por el tiempo de tres años.
La trama consistía en que un príncipe heredero decidía quedarse entre aquella gente. Y más no cuento, quizá lo cuente en otra ocasión, en otra parte.

Una cita que hago mía

Puede ser que el camino que recorre Azorín sea malo; pero, al fin y al cabo, es un camino. Y vale más andar, aunque en malos pasos, que estar eternamente fijos, eternamente inconmovibles, eternamente idiotizados..., como esos respetables señores que, no pudiendo moverse, condenan el movimiento ajeno.

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