martes, 28 de junio de 2011

Un cuento chino



Luego me pedirás que te cuente un cuento, ¡un cuento chino, te voy a contar!
Así es como regañaban las madres de los 70 a sus hijos, mis amigos, cuando se portaban mal. Con eso y con que vendría El Lute y se los llevaría.

Cuentos chinos para niños del Japón

Ese es el sonoro título de un disco de los Love of Lesbian, La niña imantada de la cabecera del post tema incluido, como un cuento. La mojigata youtube aún no se ha percatado, así que puedes ver aquí el vídeo.
De niños, los chinos y los japoneses eran lo mismo, y a los madrileñitos de Aluche aún nos cuesta diferenciar una raza de la otra. Ya de mayores sabemos que son muy distintos, como lo somos los españolitos de Aluche de los Suecos.
Este Sábado, después de saciar mi sed con la excelente cerveza de la enoteca-librería Tipos Infames -me bebí dos seguidas pues el calor solicita calmantes- nos fuimos algunos de clase -junto con mi amiga la de Iruña- a cenar Pizza y jalapeños. Los jalapeños me los comí todos yo. Entre otras cosas se habló de cine chino, y yo, con la boca llena, dije: cuentos chinos para niños del japón. Y uno de los amigos dice: eh, tú, eso es un disco de los Love of Lesbian.
Luego están las naranjas de la china, pero eso es otra historia que deberá ser contada en otro momento y lugar.

La película



Te parecerá absurda la manera en que comienzo el post, pero se trata de ello: la película, sin ser absurda pues tiene su sentido profundo, trata sobre la extrañeza esta del vivir cotidiano.
Vemos al personaje estupendamente interpretado por Darín con sus extravagantes manías, como la de coleccionar toda noticia absurda, así confirma día a día que nada tiene sentido. Las personas, cuanto más solitarias, más férreo se crean un mundo propio con su propia semiótica para protegerse del sinsentido colectivo. Un código de normas particular, sus propio derecho, y ya sabemos que el Derecho es un pacto entre el hombre y el leviatán. Como los leviatanes de hoy a muchos no nos consuela, hacemos bien en construír una torre de marfil con su escudo y su arma.
Es una buena película, además de cómica, las interpretaciones impecables. Ya sabemos como es el cine argentino, los actores se salen, no pecan de otra cosa que de actores, que es lo que necesita una película. Yo, lo digo siempre, de mayor quiero ser argentino e interpretar el papel de mi vida: ser yo tal como soy, pero en un guión acorde a mi talento. Toma ya. Para delirios de grandeza cuentos chinos. Para niños del Japón.
Al personaje de Darín le llega el guión de su vida con un chino al que le cayó una vaca cuando se declaraba a la novia. La vaca se llevó a su novia, y su ilusión entera. En serio: la peli tiene su vis trágica -¿se podrá decir así?-, lo que hace que su nivel de calidad aumente algunos puntos.
El personaje de Darín es ferretero, y cuenta cada tornillo de las cajas, y con rencor insano en sus cenas en soledad habla solo dándole vueltas a los pequeños problemas del día a día.
No sé qué tienen las ferreterías, que inspiran en el cine tanto personaje con tendencias destructivas o autodestructivas. Darín aquí es como el padre de El Bola, ferretero, pero soltero y sin hijos.
Luego hay una mujer que le ama, pero a la que él no hace caso. Dios le da pan a quien no tiene dientes.
El chino viene a remediar todo eso, indirectamente. Uno se encariña con el chino, y hasta con Darín y sus costumbres. Lo cómico está en el choque de dos idiomas que no se comprenden, y aún así se ayudan.
Id a verla, que no os defraudará. Es como un cuento, lo dice así el título, es como una fábula, y fabulosa.
Fui al cine pues al trabajar el fin de semana tenía ayer y hoy mis días libres, y quería ahorrarme el calor de mediatarde. En el cine éramos pocos: dos abuelas, una pareja, una mujer, y yo. Se estaba en la gloria. Es la mejor época para ir al cine, sin contar esas tardes de lluvia otoñales, tan grises y maravillosas como el buen cine de antaño.
Al salir, al pasar junto a la Plaza Mayor, veo una ferretería y medito sobre los ferreteros en el cine. Dos chinos parlanchines están junto al mostrador. Casualidades de la vida.
¿Os conté que cuando fui a ver Tokio Blues casi me atropella al cruzar hacia Plaza de España un coche de autoescuela manejado por chinos -para mí que eran japonesinos-?
Está el semáforo en rojo para el viandante y el coche parado junto al paso de cebra. Se pone en verde para mí, en rojo para ellos, y veo que cuando comienzo a cruzar el coche se abalanza lentamente hacia mí.
El código de circulación, otro leviatán del que hay que protegerse.
Ayer, cuando llegué a casa, aprovechando la última hora de sol en la terraza, comencé La Higuera, de Ramiro Pinilla. Llevaba tiempo esperando algo así, pero dejaré el comentario para cuando termine la lectura.
Ramiro Pinilla es la última recomendación de estos akabaos, los akabaos somos una degeneración literaria, yo participo en ella activamente con este blog, para bochorno de mis colegas. Una de las normas no escritas de esta degeneración es la de abochornarnos los unos a los otros, como ensayo por si llega otra guerra civil y nos vemos enfrentados como diegos y albertis.

Peces de Ciudad



Esta película, Cuento Chino, me recuerda por la historia del personaje del ferretero interpretado por Darín a esta canción de Sabina ...
¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar? Al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio.
...que es una de las mejores que he escuchado nunca, en la voz de Ana Belén. En mi otro blog la tenéis. (link)
Compré este disco de la bella Ana Belén hace justo diez años, cuando trabajaba en la cocina de un gimnasio para gente de pelas. Todas las noches, al llegar a casa, me ponía el disco y escuchaba una y otra vez Peces de ciudad mientras me fumaba un cigarro. Con la piel de gallina y las agallas perdidas.
Recuerdo aquel verano con esta banda sonora original de Sabina, con voz de Ana Belén. De aquel trabajo recuerdo a las clientes pijas esnifando coca ocultas junto a los ascensores, en el descansillo donde los cocineros tirábamos la basura.
Tenía una compañera, camarera, que era realmente encantadora. No le gustaba el gazpacho, y yo, cuando ella me preguntaba qué iba a darle de comer y le decía que gazpacho, cogía una puntilla y me la situaba en la cadera, amenazante. Entonces supe que el peligro -aunque fuera un simulacro- podía ser también excitante.
En la mochila, con el uniforme del trabajo, llevaba por esos días El libro de los seres imaginarios, de Borges.
Fue el verano en que cogí verdadero asco a un grupo llamado La Oreja de Van Gogh, razones me sobraban. Un asco visceral, os lo aseguro (link)
Pues las canciones de amor son siempre una mentira.
Yo prefiero los cuentos chinos. Aunque sean para niños del japón.

lunes, 27 de junio de 2011

La conciencia de Zeno, de Italo Svevo

La vida se parece un poco a la enfermedad, porque avanza mediante crisis y lisis y tiene mejorías y empeoramientos diarios. A diferencia de las demás enfermedades, la vida siempre es mortal. No tolera tratamientos. Sería como querer tapar los agujeros que tenemos en el cuerpo por considerarlos heridas. Moriríamos estrangulados, nada más curarnos.
(Italo Svevo. La conciencia de Zeno)

Podrían curarse de su mal, pero entonces el vacío ocuparía el lugar habitado por esta enfermedad, que es parte de la vida.
Estos personajes, hipocondriacos, con demasiado tiempo para pensar, nunca trabajan.
Miserables, feos y dignos de nuestro desprecio, pero es que cualquiera que muestre su conciencia sin censuras será siempre censurado. Si no lo haces tú, ya lo hará el que observa.
Todos tenemos nuestra conciencia, más o menos pequeña, de menos a más, quizá.
Su figurita elegante se volvía tanto más perfecta cuanto más se alejaba.
(Italo Svevo. La conciencia de Zeno)
Esta novela es capaz de sacar lo peor de nosotros mismos, nuestro yo enjuiciador que se percibe carente de culpa, siendo como es, el retrato, nuestro reflejo. Pero nos creemos que estamos juzgando a Zeno Cosini.

Novela inaugural

Un personaje tumbado en el diván, recién descubierto este campo muy bien abonado para que situaran su jardín célebres escritores y cineastas. Siempre suelen ser, al menos los que yo conozco, frutos paródicos para regocijo y deleite de un público variopinto.
Tenemos a Philp Roth, que con El lamento de Portnoy hace su particular versión, muy bien podría llamarse La conciencia de Portnoy. Luego, como no, Woody Allen, un claro hijo de Zeno, más laborioso pero igual de ganso y adúltero. Así hasta llegar a estos mafiosos que se meten en el diván con la excusa de narrarnos sus interesantes vidas al borde de los barrancos desquiciados, empujados por sus culpas. Un Soprano por aquí, un Robert de Niro en Una terapia peligrosa por allá.
Yo algún día iré al psicoanalista y te contaré mi vida, mediocre y con ansias de infinito. Como todas, menos las de los mafiosos. En esta vida hay que cargarse a alguien para interesar a la peña, aunque sea al padre, sobre todo al padre, si no Freud se enfada y adiós psicoanálisis y se acabó tradición literaria tan fecunda. Matar al padre y besar a la madre: Italo Svevo se ríe abiertamente de esta teoría, teoría principal de los últimos tiempos sin la que hoy no seríamos lo que somos.
Lo que hace Svevo es matar al psicoanálisis, recién nacido, y eso me gusta, ya que yo soy más de Jung que de Freud. Uno cree más en el arquetipo y el símbolo salvífico que en el falo como idea única. Pero fue necesario Freud para que Jung viniera a redimirnos del agobio del diván y la novela que cuenta cosas que a nadie interesan.
A mí, que soy rarito, sin embargo me interesan estas novelas. Con deciros que Ulises de Joyce me pareció interesante lo digo todo. Pero Joyce está más cerca de Jung que de Freud, hay algo maravillosamente universal en su novela, así como en sus intenciones. Joyce nos dice: Odisea es hoy y aquí, Itaca como arquetipo principal en la Literatura. Kavafis sabéis que lo aclaró: Ítaca como punto de destino, lo que no importa, importa más el paisaje y el suceso que te lleva allí.
Cuando me jubile, mañana mismo, pienso comprarme un chalecito con jardín y fontana, con vistas al mar, me encerraré con las obras completas de Cirlot, de Jung, de Swedenborg. Este mundo en crisis necesita más alquimistas y menos políticos.
Cocineros y literatos dominarán la tierra para llenar estómagos y liberar conciencias.
Con La conciencia de Zeno, Italo Svevo inaugura el género pornográfico de señor aburrido y con dinero que se despelota y practica el onanismo para bochorno del personal.

Capítulos

Seis capítulos tiene la novela con seis temáticas entrelazadas: nicotina, muerte del padre, amante, esposa, negocios, psicoanálisis.
Zeno va al analista para que le cure del mal de la nicotina. Es el fumador tipo que siempre está queriendo dejar de fumar, y que fuma más que el fumador que lo hace por placer. Para mí es el capítulo más entretenido. Al igual que Juan Manuel de Prada, amo a los fumadores. Y ahora me enciendo un cigarrito, porque el amor bien entendido empieza por uno mismo.
Luego viene la enfermedad y muerte del padre, con todo tipo de detalles más sensitivos que fisiológicos.
Zeno se enamora, se casa con la hermana fea de su enamorada, y tiene una amante a la que paga, algo muy común por entonces, en tantos tiempos también. Tener una querida, una mantenida. A mí no me importaría ser la mantenida de alguien, y que me pusieran, por ejemplo, un estanco o una casa de apuestas. Lo otro, lo de casarme yo y tener una querida a sueldo, no me lo puedo permitir, mi escaso sueldo de cocinero en residencias no me da para trepidantes aventuras eróticas como las de Zeno. Zeno paga a su niña las clases de canto, y la apabulla con su mentalidad de burgués, de ciudadano ejemplar. Zeno y su idiosincrasia, es aquí cuando empieza a caernos tan mal. Es uno de los aciertos de la novela, un personaje que habla de sí mismo con simpatía, mientras que el lector se rasga las vestiduras. Estás podrido, tío, y te crees el rey del mambo.
Zeno es un tipo que vive de las rentas. Su padre tenía sus negocios, y Zeno, hereditariamente, coge el testigo. Pero tiene su administrador, su contable, de vez en cuando mete las narices en sus cosas para joderlo todo, para desespereación de sus empleados. Pero Zeno nos empieza a caer mejor cuando aparece un personaje aún más miserable y rico que él. El que es el marido de su cuñada, de la que estuvo enamorado: Guido. A él se une en una asociación en la que no aporta un duro, sólo su presencia y su peculiar sabiduría. Zeno, en su complejidad de hombre que no es bueno ni malo pero es capaz de lo malo y lo bueno, pasando por la filosofía moral kantiana. Zeno hace lo que Kant aconsejaba: aunque no sientas el bien dentro de tí, comportarse bien es un logro para que por la fuerza de la costumbre seas un hombre bueno.
En Trieste, bajo la lluvia, vemos a Zeno Cosini luchar por salvar a su contrincante y amigo Guido. Con todas sus dudas y miserias, pero con cierta bondad natural que inspira simpatía. Ya no nos cae tan mal, Zeno.
Capítulo coñazo, este de los negocios, aunque las páginas dedicadas a la bolsa sean curiosas. Se habla de Riotinto, de las acciones de Riotinto. Riotinto y sus minas para poetas simbolistas, vamos a ver si os cuelgo algún poema en mi jardín cuando recupere el libro. Minero de estrellas, así se llama el poemario de Jose María Morón, poeta minero.
Mineros de estrellas y peritos en lunas, poetas mineros y pastores. Y aquí llega un cocinero que se las de de literato y habla de ellos. Al menos no caen en el olvido, por si algún naúfrago llega sediento a esta isla-manicomio.
Guido parece un personaje de Murakami. Joven, bello, toca su música, con la permanente tentación del suicidio. Suicidarse mola, en Literatura, Werther y sus secuaces para ejemplo de románticos. El suicidio romántico también es una moda pasajera, que se cura con la edad y otras lecturas. Yo ayer me suicidaba con la ola de calor en el trabajo, rodeado de fogones y cacerolas hirviendo. Lo mío sí que es romanticismo. Espero que esta enfermedad del trabajo se me cure con la edad. Yo quiero ser un ocioso adinerado, como Zeno.

Algunas citas

Muchas zonas oscuras del alma humana se destapan en Zeno, es lectura para leer lapiz en mano. Novela profunda donde las haya, se caracteriza además por su humor paródico y caústico. Más allá de los maniqueismos al uso en novelas flor de un día, este clásico es un retrato complejo del alma compleja de un hombre sencillo, escrito además de manera sencilla. No sé si aconsejártelo. Tendrás ganas de abandonarlo una vez más, como cada vez que mirándote a tí mismo, ves cosas en tí que no te gustan.
Algunos subrayados de la novela, leidos con envidia, porque este Italo Svevo es un buen escritor, de los mejores. Algunos hallazgos quedan como frutos en mi jardín (link), además de aquel que me indicó mi mentor, el rijoso marqués (link):

Coda

Mi corazón, como el coño de esa muchacha ...
Aquella noche que relaté aquel día (link), después de ver qué tal iba la revolución, tiré calle Mayor arriba, camino del Bringas. Vi en un bar a mi amiga editora con otra gente, algunos del gremio. Llevaban desde el mediodía caña va y caña viene, y dio la casualidad que terminé hablando con una de sus colegas sobre la edición de Zeno en Debolsillo -comprada donde los Tipos Infames-, que ella conocía bien por haberla tratado. Me contó de las traducciones, de esta traducción de Carlos Manzano. No recuerdo mucho, y es una pena, pues podría haberlo valorado para este post. Luego fue cuando el chico amigo de Valencia que me explicó el secreto de la paella verdadera, y cuando me fui solo otra vez a la spanish revolution, a mirar carteles y a fusionar mi corazón con el coño de esa muchacha, tan lleno de incertidumbre.
Que nadie nos representa, que no.

miércoles, 22 de junio de 2011

Literatura necesaria y literatura contingente. La conciencia de Zeno, de Italo Svevo (I)

Svevo, tendríamos que decir, todos somos contingentes, sólo tú eres necesario, citando así a nuestra loca y letraherida manera aquella frase memorable de la película Amanece que no es poco.
Italo Svevo, alumno aventajado de James Joyce, de tal mentor tal pupilo. Los dos se hicieron amigos, y estoy seguro, casi pondría la mano en el fuego, que cuando estos dos estaban solos eran dos frikis de entonces, hacían chistes muy malos, chistes a los que sólo ellos veían la gracia. Tal para cual. Juntos de la mano, se les ve por el jardín, etcétera.
Luego James alentaría al joven Italo, y así, quizá, fue como se convirtió en un clásico del siglo XX, o de la literatura de todos los tiempos. Las dos literaturas de este par de genios se parece en dos aspectos: son literaturas necesarias, un escalón más en el nivel de excelencia literaria; necesarias porque a partir de entonces hay un cambio, evolutivo o revolucionario, porque la literatura, después de este par de dos, ya no vuelve a ser la misma. El otro aspecto es que el plomo de los engranajes literarios pesa como tal, y quizá esto sea necesario. El motor de la literatura hace ruido, es molesto, suelta humo tóxico. Joyce y Svevo también se parecen en lo pesaditos que se ponen en sus chistecitos que sólo ellos entienden. Bueno, a Svevo le comprendemos más, pero también aburre lo suyo. Y sin embargo, lapicero en mano, subrayo con envidia los fragmentos en que expone su agudeza psicológica, su humor caústico, su soberbia creación de un personaje: Zeno.
Esta novela, La conciencia de Zeno, la he ido leyendo por partes. Trabajaba en el libro unos días, me piraba a Murakamiland de vacaciones. Trabajaba otro poco en esta conciencia del miserable Zeno, otro viaje de placer a Paulausterland. Y estamos en ver si ya lo termnio, lápiz en mano, subrayando y meditando.
Tengo amigos más leídos y exigentes que yo que han abandonado esta lectura a las pocas páginas: normal.
La gente abandona el Ulises a las pocas páginas: normal.
Aburren. Pero también fascinan, y por eso hay que seguir leyendo, con el masoquismo vicioso y autofágico que tenemos los enfermos de literaturitis crónica.
Hay deberes y hay placeres, y hay deberes placenteros.
Lo fácil es tirar a las letrinas estos libros y coger un Murakami, poner los ojos el cerebro en piloto automático y disfrutar el paisaje. Pero quizá Murakami sea contingente. O quizá no. Si Murakami no hubiera escrito un libro y se hubiera dedicado a cocinar misho, ¿se vería afectada la historia de la Literatura? Habrá que esperar unos decenios para saberlo. Torcuato Luca de Tena, que tanto vendió y que tan gratos momentos hizo pasar a los adolescentes -y no tan adolescentes- de los últimos decenios, no es un novelista que ocupe un lugar en los manuales.
Camilo José Cela, Miguel Delibes, Luis Martín-Santos ... Creo que no hay duda en que son necesarios, y que si no hubieran escrito sus libros habría un vacío importante.
Luis Martín-Santos, al igual que Joyce, necesita de una lectura activa, no te puedes despistar, no puedes dejar el piloto automático, tienes que estar alerta.
Y llega un momento en que disfrutas, leer así es sano, te olvidas de tí mismo, te implicas de tal manera en el texto que algo en tí también cambia. La percepción de las cosas, quizá, entiendes mejor la sintaxis de la vida, de tu propia vida. Leer a La conciencia de Zeno, por ejemplo, es leer parcelas oscuras de tí mismo.
Una vez oí a alguien decir que con Proust se leen cosas que todos hemos sentido y que no hemos sabido describir. Otra vez leí que Italo Svevo era como un Proust, pero más pequeño, menos prolífico.
Es cierto que en la lectura del libro de Svevo, si se hace atentamente, se descubre esta radiografía del alma. Y además se aprende literatura.
Svevo no es complejo, como Joyce, su prosa es sencilla. Su pesadez radica en la minuciosidad del pelma que te cuenta un chiste. De la manera más inteligente. Svevo era un guasón que sabía lo que hacía: Literatura. De la pesada. Otro peldaño más, otro piso bien armado que no cae con cualquier soplo del viento de los siglos.
Así el cuento de los tres cerditos, Joyce y Svevo son los cerdos que hacen la casa de ladrilllo.
Cuando el lobo, sicario del tamiz de los años, venga a soplar tu casa.
Un post similar hice anteriormente: Literatura de evasión versus literatura de invasión (link).
Svevo es invasivo en la manera en que descubres lo miserable que eres, que es el prójimo, tan normal.
Escrita como una memoria a un psicoanalista, La conciencia de Zeno es la conciencia sobre el papel de un pulilanime cualquiera, un hombre civilizado de hoy en día, y al señalar abarco desde mi propia vanidad al egoista de enfrente al altanero de más allá. A nadie le importa la conciencia de nadie.
Italo Svevo, como Joyce, seguro que no se autocensuró en la elaboración de su obra, y eso provocó, esa ausencia de vergüenza, que subiera otro escalón más.
Para hacer una gran obra  -leed a los clásicos en su contexto- hay que ahorrarse la vergüenza, y ser generoso en ladrillos. Y que luego vengan y te llamen aburrido: pero eres alguien en los manuales, y la crítica te señala como pieza insustituible. Nadie puede hacerlo como tú, eres único, pese a todas esas miserias que te llenan por dentro, y que has sabido reflejar en tu casa de tinta, abierta a todos.  Que sepan que nunca va a ser derruida.
En el próximo post seguiremos hablando sobre le mismo tema, una vez terminada este libro.
Y meteremos a Mozart y a Bolaño, a los akabaos y sus nuevas recomendaciones literarias. En mis manos está, La Higuera, de Ramiro Pinilla.

jueves, 16 de junio de 2011

Los reencuentros felices: Paul Auster. La Noche del Oráculo.

Esta novela me ha decepcionado, pese a que mi lealtad a Paul Auster no queda demediada, pese a que me haya gustado mogollón (mogollón de Aluche), y haya disfrutado un egg.
El otro día acuñé el término Murakamiland, pues hoy hago otro tanto con el universo paulasteriano, Paulausterland, que suena bien, así auditivamente parece marca de cerveza, y leído un inventado y pequeño país del norte de Europa.
La primera decepción es la edición, en Anagrama siento preferencia por sus compactos, esas ediciones de bolsillo coloridas. Pero en la biblioteca sólo estaba este formato amarillento. Tanto Los Detectives Salvajes, de Bolaño, como El libro de las Ilusiones, de Auster, los fui leyendo pasando de una edición a otra. Parece como si la calidad literaria, como si la magia de la literatura variara según su pasta.
Lo que importa es el interior. Sí.
Así siempre la mirada se nos va donde se nos va.

Paul Auster: me gusta este hombre. Antes de leerle, antes de leer a Martin Amis, yo iba a las librerías y buscaba sus libros, los libros de estos dos sonoros nombres y escritores que posan ante la cámara como si te anunciaran algo, ¿qué? Una marca de tabaco, de güisqui, de colonia. Si miramos fotos de García Hortelano vemos que no sabía posar, no te anunciaba nada, por lo que pasó desapercibido dejando su prosa magistral como si no importara. Con veintitantos, yo no había leído aún a Auster ni a Amis, pero ya les admiraba por la pose. Por las entrevistas. Por todo aquello que no había leído y se ofrecía como una promesa.
Luego leí El Libro de las Ilusiones, y el flechazo fue instantáneo. El otro día, por los veinte años de ABC Cultural, ofrecieron un número especial del suplemento, donde algunos escritores de aquí opinaban sobre los libros fundamentales de este siglo aún por estrenar, tan jovencito. Algunos coincidieron en mentar El Libro de las Ilusiones como uno de ellos. Estoy de acuerdo.
Aún tengo el sabor de aquellos días, el libro lo comencé un Viernes de Primavera, cuando las fiestas del barrio. Por eso, yo, que soy de costumbres lectoras fijas, digo que Auster es lectura para la Primavera.
Paul Auster, posando bajo la nieve
Son unas tramas, las suyas, que se parecen mucho a mis tramas. Leer a este hombre es como reencontrarme con mis propias obsesiones. El azar tiene su música, y es como si tocaran jazz, dentro de uno. Sin el azar las novelas de Paul Auster perderían su identidad. Luego están sus personajes con su identidad, personajes que se pierden y que se encuentran, un combo de perdedores, pero no tanto. La estética del perdedor queda muy bien en literatura, pero luego la realidad te demuestra que esta estética no pasa de ser una pose hipócrita.
El otro día no sólo se nos murió Semprún, se nos murió otro Jorge, Jorge Berlanga, que dejó un legado de traducciones y guiones de cine memorables. Yo oía la radio, leía los periódicos, y oía eso de la estética del perdedor. No, vale, muy bien, el fracaso es otra cosa, el fracaso es la castración de los espacios vitales, el fracasado, el pededor auténtico, es esa masa anónima que no tuvo la posibilidad de salir del fango. La gran mayoría de hombres y mujeres que no salieron nunca en las enciclopedias, por pequeñas y particulares que estas enciclopedias sean.
Yo, que tengo un sueño, no puedo ser nunca un fracasado ni un perdedor,  pues este sueño es ajeno a modas y mercados. Estáis leyendo a alguien que no compite, que no cree que la vida sea un concurso de pollas grandes.
Quizá nunca llegue a nada, pero lo tengo todo: en el texto, digo.
Paul Auster es un mago de la Literatura -con mayúsculas, sí-, aunque dicen por ahí que La Noche del Oráculo marca la frontera del Auster fascinante del Auster que sabiéndose fascinante va perdiendo facultades fabuladoras. No sé, tampoco le he leído tanto.
El Libro de las Ilusiones apareció cuando yo estaba ya adentrado en otra fábula, mía propia, con sus tramas y personajes. El Libro de las Ilusiones era como una novela hermana de mi propia fábula. Con La Noche del Oráculo, tan desquiciada de tramas, vuelvo a reencontrarme con esta sensación de pensar que esto ya lo he escrito yo, de otra manera.
Surge del venero de la fábula -ay mis tristes, fabulosos veneros- un mismo caudal para todo el que se acerque a beber, luego cada cual canta su canción a su manera, pero el canto es el mismo.
Platónico en lo literario. Sí.
Obsesivo, también. Vale.

Están los escritores que siempre escriben la misma novela, al igual que hay blogueros que marean el mismo post. Son los johncoltranes cantando un amor supremo, sus preferencias, o charlieparkers como pájaros en Birdland.
Paul Auster siempre tiene el mismo narrador, un varón de treintaitantos, el mismo personaje con la misma sensibilidad con las mismas preocupaciones que se enamora de las mismas mujeres. A este varón le pasan cosas raras, muchas casualidades, que extrañan y que pocas veces llegan a nada. Pero esa música del azar es deliciosa, a mí me gusta, pese a la decepción final de que podría haber sido de otra manera. No me pasó con El Libro de las Ilusiones, libro bello, grande, muy especial. Me pasa, eso sí, con éste.
Llega un momento en La Noche del Oráculo en en que me pierdo, no sé qué libro estoy leyendo, ni con qué personajes me encuentro, si pertenecen a una trama o a otra. Podría tratarse de un juego de decorativas matriuskas. Es una novela que guarda otra novela que guarda otras novelas. Con notas a pie de página que no creo yo que tengan algún sentido como notas a pie de página pudiendo estar integradas en la novela madre.
Orr, el personaje, se recupera de un pampurrio, y renqueante se compra un cuaderno azul en un chino, un cuaderno mágico. Escribe compulsivamente. La novela que escribe es una variación de otra novela ya escrita. Todo va muy bien y trepidante, hasta que la máquina de imaginar se nos detiene, y dudo yo de si al que no se le paró la máquina de imaginar fue a Auster y no a Orr.
Nos deja una decena de cabos sueltos, Paul Auster, con esta novela. Lo mete todo ahí, pero no llega a mucho.
Los grandes hombres de jazz nos tienen acostumbrados a la confusión, pero ya digo que llega un momento en que se llega a La Maravilla, cuando Charlie Parker, drogadicto, desafinando, nos ofrece la salvación a través de la melodía que es un pájaro en birland, una noche en Tunisia, qué sé yo. (link)
Es, esta novela de Paul Auster, como un chiste malo, pero muy bien contado. Chiquito de la Calzada contaba chistes pésimos, pero era un mago del chiste, pues siempre hacía reír. ¿Estoy diciendo que Paul Auster es el Chiquito de la Calzada de la Literatura?  No, quizá ahora sí, pero El Libro de las Ilusiones, por ejemplo, es un gran chiste, perdón, un gran cuento, uno de los mejores que uno ha vivido.
Paul Auster,
con máquina de escribir
y tabaco
El Palacio de la Luna también me gustó mucho, en menor medida, pero Paul Auster todo me lo fabula muy bien, aunque a veces no sepa llegar a concluir las tramas.
Bueno, estábamos en que Sidney Orr escribía en el cuaderno portugúes azul -el otro día soñé yo con el cuaderno ese-, y que empezaban a ocurrirle cosas raras. Su mujer sueña con la trama de la trama que está Orr construyendo. Se vuelve a encontrar con el chino que le ha vendido el cuaderno, el chino le lleva a un burdel que es la trastienda de un taller donde explotan laboralmente a unas chinas. Sin embargo el burdel tiene mucho glamour, y las chicas no son trabajadoras chinas, si no beldades que llevan a la perdición al más mojigato. Una beldad africana se le lleva a Orr a un apartado y le hace una mamona. El chino, que dijo que se invintaba a todo, no aparece cuando Orr le busca para despedirse. Páginas después, el chino vuelve a aparecer, y odia a Orr con rencor rabioso y absurda pataleta porque no se despidió de él, encima que le pagó la mamona de la africana. Le da una paliza como propina.
Luego Orr zanja la historia que escribía en el cuaderno portugués sin terminarla, y escribe su paranoia: su mujer, un continente de virtudes, le pone los cuernos con su mejor amigo, que es más o menos el padrino de ella. Luego resulta que es que en la realidad es así. Lo que no conoce, Orr se lo inventa, y esta invención es la realidad.
Paul Auster, re-posando
Es una novela muy confusa, imposible de tararear, pero a mí me ha gustado, digo que la he disfrutado mucho.
De mayor seré Paul Auster e invitaré a Vila-Matas a cenar a mi mansión americana. Hablaremos de lo que es o no Literatura. Nos haremos fotos y posaremos como literatos; y un bloguero menor, el más apasionado de todos los blogueros, escribirá sobre nosotros. Mientras, García-Hortelano, pasando desapercibido, pues nunca posa, dejará como quien no quiere la cosa las mejores páginas, una gran literatura.
Yo les amo a todos, porque ellos son los que ofrecen la fábula, siempre más habitable que la realidad en sí. Jorge Berlanga, que quería verse como un perdedor, hacía el guión de París-Tombuctú, sobre la decrepitud y las ilusiones perdidas, hacía reír con el guión de Todos a la cárcel, traducía a Bukowsky, era bebedor de barra -que dicen que son los auténticos-, y tenía un hermano que hacía las mejores canciones, camtando con Alaska, y tenía un padre que es el gran Berlanga, el mejor, o uno de los mejores. Los personajes de Asuter también son unos perdedores, aunque nunca logro ver qué fracaso hay en triunfar tanto, en tirarse a las más guapas y en ser ellos tan guapos, y tan admirados.
El fracaso es pudrirse sin que nadie se acuerde de tí. Lo demás son fabulaciones.

Coda. La literatura del Sí para un Bloomsday

No sé cuánto tiempo pasé así, pero mientras las lágrimas manaban de mis ojos, me sentía feliz, más feliz por estar vivo de lo que me había sentido jamás. Era una felicidad que estaba más allá del consuelo, más allá del dolor, más allá de toda la fealdad y la belleza del mundo.
Paul Auster. La noche del oráculo.
No estaba en lo cierto aquel profesor de Literatura cuando decía que las obras maestras siempre terminan mal (Don Quijote, Madame Bovary, El Extranjero), ¿qué hay, entonces, de La Odisea, o de su homenaje mayor, Ulises?
Esta novela de Paul Auster que nos trae hoy aquí y no está nada mal acaba con una afirmación de la vida.
Recién leído el Ulises, descubrí en Las Nubes, de Juan José Saer, otra genial afirmación. También acaba con un Sí rotundo.

La gente nos saludaba al pasar y se quedaba mirándonos a causa de nuestro aspecto poco común, ya que, sucios y ennegrecidos por el sol y también por el fuego, el humo y la ceniza, exhaustos y miserables, no parecíamos ni resignados ni amargos. En los patios, los durazneros, con su impaciencia habitual, se habían llenado de flores rosas. Yo me quería un poco más a mí mismo que al principio del viaje y el mundo, contra toda razón, me pareció benévolo ese día. A la mañana siguiente, a unos quinientos metros en dirección del río, sobre la barranca, avistamos un largo edificio blanco y, en los fondos, tres altas acacias. Como en la cuarta Bucólica, las Parcas, por esta vez, dijeron que sí.

Juan José Saer. Las Nubes.
Hoy tenemos otro Bloomsday más, hace un año comenzaba yo la obra de Joyce que me acompañaría durante siete meses. Así logré que el espíritu del libro pudiera adherirse a mí y dejar huella que no se irá nunca.
Y hoy resulta que añoro esa lectura.
Vaya el fragmento del Sí como felicitación de Bloomsday.


ah sí les conozco bien quién fue la primera persona en el universo antes de que hubiera nadie el que lo hizo todo ah ellos no saben y yo tampoco así pues podrían lo mismo tratar de impedir que el sol saliera mañana el sol brilla por ti me dijo el día que estábamos tumbados entre los rododendros en el promontorio de Howth con el traje de mezclilla gris y su sombrero de paja el día que conseguí que se me declarara si primero le di un poco de la torta de semilla que tenía dentro de mi boca y era bisiesto como ahora sí hace dieciséis años Dios mío tras aquel largo beso yo casi perdí el aliento sí él decía que yo era una flor de la montaña sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida y el sol brilla hoy por ti sí por eso me gustó porque vi que comprendía o sentía como es una mujer y supe que yo podría hacer de él lo que quisiera y le di todo el placer que podía para llevarle a que me pidiera que dijese sí y yo primero no quería contestarle mirando sólo el mar y el cielo estaba pensando en tantas cosas que él no sabía de Mulvey y Mr. Stanhope y Hester y de Papá y del viejo capitan Groves y de los marinos que jugaban a pájaro al vuelo y a saltar del burro y a lavar platos como ellos lo llamaban en el malecón y el centinela frente a la casa del gobernador con esa cosa alrededor del casco blanco pobre diablo medio achicharrado y de las muchachas españolas riendo con sus mantones y sus altas peinetas y de los gritos por la mañana de los griegos judíos árabes y Dios sabe quienes más de todos los rincones de Europa y de la calle del duque y del mercado de aves todas cloqueando ante Larby Sharon y de los pobres burros resbalando medio dormidos y de los vagos tipos dormidos con su cara a la sombra de las gradas y de las grandes ruedas de los carros de bueyes del viejo castillo de hace miles de años sí y de todos aquellos hermosos moros todos de blanco y con turbante como reyes pidiéndole a una que se sentara en su tiendecita y de Ronda con las viejas ventanas de las posadas ojos mirando tras las rejas ocultos para que el enamorado bese los barrotes y de las tiendas de vinos entreabiertas por la noche y las castañueñas y de la noche que perdimos el barco de Algeciras el vigilante rondando sereno con su linterna y oh el mar el mar carmesí a veces como de fuego y las soberbias puestas de sol y las higueras de los jardínes de la Alameda si todas las raras callejuelas y las casas rosa y azul y amarillo y de las rosaledas y los jazmines y los geranios y cactus y de Gibraltar cuando niña y cuando flor de montaña sí cuando puse la rosa en mis cabellos como las muchachas andaluzas la llevan y debí llevar una roja sí, y cómo él me besaba al pie de la pared morisca y me pareció bien lo mismo de él que de otro y después le pedí con los ojos para poder volverle a pedir sí y él luego me pidió si quería decir sí mi flor de montaña y primero le rodeé con mis brazos y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y su corazón latía como alocado y sí dije si quiero Sí.
James Joyce. Ulises. Episodio 18: "Penélope"

miércoles, 8 de junio de 2011

La escritura o la vida

Jorge Semprún
(Buena excusa también para que el muchacho que quería ser como Leonard Cohen le de la enhorabuena al premiado con el Príncipe de Asturias. Jorge Semprún fue partisano, por lo que luego fue encerrado en un campo de concentración).



Recordadme, por favor, que el próximo libro que compre sea La escritura o la vida, de Jorge Semprún.
Esta tarde he estado de bibliotecas, una o dos veces al mes uno se va de bibliotecas públicas como quien se va de amores públicos, pero esto, ay, tiene un problema, y es que tanto el libro como el amor que no son privados no pueden ser mancillados con la marca sentimental de nuestra subjetividad. Si no, habría alquilado por un par de semanas este libro de Semprún.
Por aquellos años de universidad en que yo leía a Walter Benjamin y me sentía una cabeza pensante por ello -como verán, no era más que un cretino que mancilla el aire común-, una noche tuve uno de esos sueños epifánicos en el que una voz me alentaba a leer La escritura o la vida. Pasaron los años y no hice caso. De este verano no pasa, yo he de leer esta memoria, donde Semprún cuenta cómo han sido sus años padecidos en el campo de concentración de Bucheuwaldt.
Yo, que no me alegro de la muerte ajena, me lleno de alborozo si aquel que deja el mundo ha sido longevo. No me alegra su muerte: me satisface ver su tiempo vivido, extenso y fecundo.
Benjamin podría haber sido un Semprún octogenario, quizá nonagenario, pero como si fuese un personaje de Murakami se quitó la vida. Lo diré con corrección: se la quitaron, aunque lo suyo fuese un suicidio, su muerte fue la de Machado, entre dos guerras, donde los Pirineos. Además, los dos perdieron sendas maletas, quien sabe si allí no se hallarían el tiempo no vivido y sí escrito, la vida que no tendrán, puesta en papeles, los años que les robaron: longevidad por derecho para todos los hombres. Quedan sus literaturas, Machado y Benjamin, similitudes, la misma muerte para dos filósofos de mirada poética.
Que la literatura es una manera de mirar el mundo, eso es en lo que yo creo. Lo demás son cánones arbitrarios y ganas de matarse a ostias las escuelas y camadas literarias. Juegos para entretener a ociosos como yo, que se complacen viendo las peleas de gallos desde la butaca. La literatura que de verdad importa es la que se entiende como una mirada: la mirada de Benjamin, la mirada de Machado, la mirada de Semprún. Son miradas distorsionadas, siempre, por la subjetividad de cada cual, y una distorsión siempre particular, que es como un regalo en formato libro.
La mirada de Benjamin es una mirada a la recién nacida posmodernidad, que es un esquizofrénico barullo donde todo cabe en el aquí y en el ahora. En Dirección Única, Benjamin, lo mismo mira un libro que una puta, los ojos de la amada o los artículos de fantasía (link).
La mirada es el poso del hombre.
Dice Benjamin en este libro, y yo creo que es uno de los mejores libros de pensamiento que he leído. Como el Juan de Mairena de Machado. Los dos libros tienen de todo, aforismos e impresiones, cosas del vivir y del pensar. Yo os recomiendo los dos.
A mí, por ahora, recomendadme La escritura o la vida, libro que me recomendó en los años finiseculares una compañera de la universidad. Y luego yo soñé que lo leía. Y lo leeré y te lo comentaré aquí, con mi mirada parlante, pues dicen que tengo unos ojos muy expresivos.
(No quería dejar de contarte que hoy he soñado con un perro de picatoste. Una pareja con hijo, en el Madrid de posguerra, van a tomar café a una terraza. El camarero les saca los cafés, con un enorme perro echo con picatostes. Quizá en una antígua reencarnación yo fui Carpanta).
Yo, cuando estudiaba, antes de la universidad, esta cosa que es hoy mi oficio, conocí a Jorge Semprún. Estábamos saliendo de la Escuela de Hostelería, en la Casa de Campo, cuando alguien dijo: mirad, es el ministro, Semprún. Nos dimos la vuelta y le vimos, charlando animadamente con el director y el jefe de estudios. Me llamaron la atención su elegancia y la blancura impoluta de su pelo. Como la nieve.
Este mes de Mayo estuve buscando en las bibliotecas Tokio Blues, de Murakami. Siendo tan solicitado me fue difícil encontrarlo, así que me atreví a ir a la biblioteca pública que está en Puerta de Toledo, y así de paso, volvía a tener Dirección Única en mis manos. No me encontraba con él desde el siglo pasado, cuando lo mancillé y lo leí. Años después volví a esa biblioteca, pero por una razón o por otra -obras, por ejemplo-, no pude conseguir la joya.
Fue tomar prestado el libro y buscar mi pasaje preferido, uno de los textos más bellos que he leído.
Y me doy cuenta del error de aquel entonces. Yo, el defensor hoy del cuidado de los bienes públicos, el que rabia cuando ve que alguien subraya y escribe notas al margen en un libro que no es suyo si no de todos, había ensuciado con mi mirada, con mis impresiones, con mi cuestionable subjetividad sus páginas. De este acto que considero fascistoide fui cómplice. Hace meses escribía esto en un post (link)

... subrayar un libro de biblioteca es como obligar al resto del universo a pensar como tú, un vandálico acto fascistoide, vale que yo a veces he agradecido en un ensayo para un trabajo o un examen el que otro ya hubiera hecho antes que yo la labor de síntesis, pero eso... ¿es o no es mentalidad de esclavo?
Es un libro delgado, que se lee en un par de horas, o menos. Es, en mi opinión, un libro para releer, para subrayar, para hacer anotaciones. Siempre, claro, que sea de la propiedad del que lo estudia.
Lo que hice, más que subrayar, fue señalar con una coma aquel apartado que me parecía interesante, además de anotar con letras el área del conocimiento o las artes al que podía pertenecer el fragmento. Si versaba sobre Sociología, una S, si de Filosofía, una F, si de Literatura una L, si se trataba de un aforismo una A. Y así. Si el fragmento me interesaba especialmente, una barra de paréntesis. Doble trabajo para un futuro lector, además de la interrupción que supone el apunte ajeno para su libre discernimiento, crípticas letras para que se devane un poco el seso. Y este anormal, ¿qué habrá querido aclarar con una S aquí?
En otro nivel, me emocionó ver mi marca en casa de todos. De mis ojos a tus ojos. El poso de mi mirada, para tus ojos. El acto de un cretino como un presente de generosidad al mundo.
¡Oh, sí, fui yo el que violó la blancura de ese cuerpo delgado que tenía un alma grande! Quedan los violaceos cardenales de mis huellas para el próximo cliente. Ese libro de todos es mío. Yo soy su macarra, páginas de ramera sabia, la más querida de todas las rameras.
Benjamin, que en el fragmento que comparto en la bitacora del marqués, compara los libros y las putas (link), seguro que no imaginó que un futuro lector haría honor a su obra, involuntariamente. Con todo el respeto y el amor que a este lector le inspiran tanto los unos como las otras.

Coda

Por fin el mes pasado, en aquella parada de autobús de Puerta de Toledo, tuve el fragmento ante mí, y volví a leerlo: Había llegado a Riga para visitar a una amiga ...
No sabía yo que aquel fascinante capítulo sería para mí como una premonición, que años después yo sería como Benjamin en Riga, y que hace años ya que este fragmento me parece aún más bello, ya que fue elevado de la categoría de escritura a la categoría de vida. Y, por ser vital, fue la escritura vivida, mi vida escrita ahí, puro milagro. (link)

Walter Benjamin

jueves, 2 de junio de 2011

Te saludo con mis lágrimas de pena, y mil noches sin dormir

Hacía tiempo que buscaba un par de canciones de Enrique Morente, versiones de poemas del poeta andalusí y rey de Sevilla Al Mutamid, para tenerlas en el blog La Belleza del Mundo, por tratarse de dos de las canciones más hermosas que he escuchado. Hoy por fin he encontrado una de ellas, Ignoran mis ojos tu presencia, adaptación del poema acróstico ITIMAD. (link)
Creo que toda consideración estética es subjetiva, pero me es difícil creer que alguien que escuche esta canción no no se sienta identificado con el poeta a través de la voz y la música de Enrique Morente. Me parece sublime.
Sin embargo, cuando encuentre la otra canción, entonces sí, entonces sí que conoceréis lo que es el estremecimiento ante La Belleza.

Yo soy el que busca
Yo soy el que encuentra
Yo soy el que ama
YSEQA

miércoles, 1 de junio de 2011

Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami



... contemplé una puesta de sol tan hermosa que parecía un milagro. El mundo entero estaba teñido de rojo. Mi mano, el plato, la mesa ..., todo lo que había ante mis ojos estaba teñido de rojo. De un rojo tan brillante que parecía bañado en un juguo de frutas. En aquel atardecer abrumador me acordé de Hatsumi. Y comprendí qué había sido el estremecimiento del corazón que ella me había provocado. Era un anhelo adolescente, que no había sido, ni sería jamás, colmado. Durante mucho tiempo guardé este anhelo ardiente y puro en mi interior, hasta el punto que incluso había terminado olvidándome de su existencia. Hatsumi había despertado una parte de mí que llevaba largo tiempo durmiendo ...
Tokio Blues (Norwegian Wood). Haruki Murakami 

Algo así como la magdalena proustiana. Algo así, también, he sentido yo con esta novela, que tiene el encanto y el misterio de algunas miradas bellas pero extrañas. Quizá turbias, quizá no tan limpias como se pretende.
Me ha gustado mucho el conjunto, y hay algo de felicidad en la lectura de este tipo de libros bien vendidos, cuando uno sabe que va a seguir leyendo al mismo autor y no va a ser defraudado. Algo me da que, al igual que con por ejemplo Paul Auster, me voy a encontrar con más de lo mismo, con un estilo, unos temas, y unas mismas obsesiones. Y todo esto me gusta, me hallo a gusto nadando entre sus páginas, aunque a veces sean de hielo.
Me gusta - lo he dicho repetidamente- la ficción, y esta es una novela de ficción, quizá de erótica-ficción, o de pos-adolescencia ficción. Todo parecido con la realidad es casual, aunque a veces, ay, la realidad supere con creces a la ficción.
Esta es una novela que trata de:
gente que se suicida. Con la misma facilidad con la que hacen el amor, y al igual que cuando hacen el amor quedan traumatizados o traumatizan, los pobres, al suicidarse también traumatizan al prójimo salvándose egoistamente el pellejo de este trauma. Nunca el follar fue un acto tan lleno de poético malditismo. Quizá exagere. Quizá es que cada uno cuenta su novela-espejo según se vea reflejado. No he contado los suicidios, pero podría aplicarse el dicho aquel de que aquí se suicida hasta el apuntador. Y, como no, el lector. Hemos leído esta novela suicidándonos con la languidez desinteresada de la lágrima rama de un sauce. Yo fumaba, y a cada calada me iba muriendo un poco más. En los días de lectura he bebido: cerveza rubia y negra, vino, sangría, calimotxo, patxarán y brugal-cola. He tenido unas molestas resacas intempestivas, y sentía que se me iba la vida, yo la dejaba escapar con un zumo de naranja, otro café, o un vitanímico gazpacho. Leía, dormía, leía, trabajaba, leía, bebía, leía, me perdía, leía, añoraba, leía, te ensoñaba, leía, comía, bocadillos de panceta y de colesterol bocadillos de chorizo y triglicéridos que son las fiestas de mi barrio: otro mini de sangría. Sobre todo me suicido yo con el estrés de mi trabajo. No sé ya cuánto tiempo llevo sin librar, no sé cuándo volveré a librar, la gente en mi trabajo se da de baja con la facilidad que en la novela de Murakami la gente hace el amor y se suicida. Todo ahora me parece como una eternidad de trabajo y sudor, de lectura y vida maravillosa, a través de tus páginas, ay, cómo me salva la lectura de los suicidios cotidianos. Parecía que Naoko y los demás se me suicidaban para que yo les sobreviviera.
En paisajes de hielo se suicidan. Son los paisajes de Murakami reflejo del interior de los personajes. O viceversa. El interior helado y bello de Naoko, desolado y enfermo, psique enferma, mujer de hielo, que tanto arde cuando se toca.
Yo, sin embargo, prefiero a Midori, no conocía un personaje femenino tan fantástico, tan de ficción, desde la Campanilla de Peter Pan. Chicas así no existen. Midori no, no se suicida. Quizá porque este ser tan de fantasía es el único en la novela que tiene problemas de verdad, el trasiego de la vida, la actividad, toda la tragedia que la rodea la salva del suicidio. Y el tiempo que tiene libre lo dedica a proponerle cochinadas (enlace) a Watanabe, que sólo se le ocurre decir: "vaya...", y así pasa que casi, también, se nos suicida.
Los personajes son variopintos y bien pintados. Todos ellos merecen la pena, tienen su lado simpático, tienen algo que enseñar al lector. A mí me recuerdan a los personajes que pueblan mi imaginación, tan desquiciada, tan de locura residencia Murakami en Kioto. Pero yo me quedo con Midori, con sus enfados que duran meses y sus proposiciones descabelladas. A mí una chica me pide que la lleve a ver una película porno en su variedad sadomaso y no me quedo atolondrado como Wanabe diciendo: "vaya..."
Los personajes femeninos de Murakami tienen una curiosidad sexual candorosa y enfermiza. Naoko, a diez metros del suicidio, pregunta risueña a Watanabe si la erección es dolorosa, y él, cómo no, contesta: "vaya..."
Naoko tiene una compañera de habitación en el delicioso manicomio donde habita -casi tan delicioso como este en que yo habito- singular y cantarina. Es capaz de tocar a la guitarra canción tras canción, sin parar de fumar y de insertar coletillas en el texto. Esta mujer, Reiko, tampoco se suicida, aunque se toma la vida como un suicidio contínuo y delicioso, comiendo poco y fumando mucho, cantando mucho y saliendo poco.
Es una novela extraña, de corte clásico, contemporáneo, fácil de leer y difícil de olvidar.
Valoro que el autor cuente y enumere los alimentos que toman en cada comida. Desde la Enid Blyton de mi infancia y adolescencia no lo pasaba tan bien leyendo platos. Luego yo, en el trabajo, parecía un personaje de Murakami cocinando y cantando y saliendo a fumar de cuando en cuando.
También bebo lo mío, pero en el ocio. En Murakamiland, sin embargo, se bebe hasta durmiendo. Sake, cerveza, vino, whisky y vodka. Combinados varios. Beben mientras leen -lo he probado y yo, la verdad, no lo consigo-, mientras estudian. Beben con alarma de alcoholismo. Yo, que bebo la mitad de la mitad, tengo fama de bebedor de oficio. Ellos, que beben como nicolascagesenleavinglasvegas, sin embargo, tienen fama de ser jóvenes ejemplares, que todo lo aprueban en Julio y hasta tienen trabajos y aprenden idiomas. Y yo que no me sé ni el inglés que aprendí en veinte años ...
Se tienen muy bien aprendido el inglés, estos héroes del Japón en Murakamiland, donde tan fácil es morir como chingar, donde el amor duele y las miradas se prolongan como besos en desiertos de hielo, hasta el deshielo. Es, me ha llamado la atención, una novela muy occidental, donde los personajes sólo cantan y escuchan música en inglés, y sólo leen -salvo excepciones- novelas en inglés. Hay un personaje, bribón y atractivísimo, que aprende español viendo la tele. Luego se va con Watanabe a conocer chicas, les hacen el amor, se las intercambian, este personaje tienen una novia maravillosa que luego, ay, también se mata.

Escuchan jazz, el Kind of Blue de Miles Davis, y cantan mucho de los Beatles. Naoko le da a Reiko una moneda cada vez que Reiko toca Norwegian Wood, que da título a la obra. Luego Reiko se lo gasta todo en tabaco, cuando aún no entrados en los setenta fumar era barato, y tan normal. Suicidarse así, tan lentamente, era tan normal como normal es el suicidio en la novela Tokio Blues de Murakami.
He besado el libro al terminar la lectura. Me ha enamorado, de manera extraña, pese a sus ingenuidades y sus disparates, con todo ello. Con esa manera de entender la vida, la muerte y el sexo tan de ficción, queriéndose vender como realidad, siendo como es, Literatura. Japonesa deformación bella y de nieve, nieve de invierno y fruto de estío del mundo éste.


La película.

Esta tarde he cometido el personal suicidio de ir a ver la película. Salgo del trabajo con sueño atrasado y cansancio acumulado por ver si Midori me enseña algo y por si Reiko me canta una canción que me consuele. Llego dos minutos tarde, me pierdo la escena del avión, cuando él recuerda. Así que aparezco in media res de sus recuerdos.

Empezaremos por lo bueno y terminaré por lo menos bueno.
Lo bueno son los gestos, el paisaje, la fotografía. La evocación en sí, la recreación de Murakamiland, con sus pinturas de nieve y de árboles desnudos y personajes pequeños. Parecía un cuadro del alma, como esos cuadros de Caspar David Friedrich. Así como los rostros de los personajes mirándose.
Sin embargo la película no tiene el ritmo de la novela. Tediosa sobre todo de la mitad al final, con largas escenas de sexo sin sexo alguno.
La Naoko misteriosa y de hielo del libro aquí  es una histérica atormentada. Midori está más conseguida, muy linda y graciosa ella. Y también está conseguido el amigo ese de Watanabe con el que se va de copas a quemar las calles de Tokyo. Par de crápulas.
Y aquí lo dejo, con dolor de cervicales y la tension del día liberada. Por lo menos escribir me ha servido de algo. Mañana, de madrugada, suspiraré la imposibilidad de Murakamiland, y esta noche soñaré con midoris que me proponen Vida aunque sea sadomasoquista, mientras ahí fuera el loco mundo se suicida.

Aquel silencio recordaba todas las lluvias del mundo cayendo sobre la faz de la tierra.
Tokio Blues (Norwegian Wood). Haruki Murakami.