domingo, 28 de junio de 2015

Los Reencuentros Felices

Hace unos años, cuando yo escribía en esta bitácora a menudo y sin vergüenza de postear sobre tantas experiencias, titulaba con Los Reencuentros Felices algunas vueltas a algunos autores. Creo recordar que entre ellos estaban Francisco Umbral -como no-, Paul Auster, Don Miguel de Unamuno, Herman Hesse ...
En las últimas semanas he tenido tantos reencuentros felices que sería en vano añadir lo experimentado en el título, tantos hechos azarosos o buscados he gozado.
Y mi ánima, por dentro sin embargo, lloraba perdida y desvalida. Son varios los motivos que tengo para estar triste, pero esto que escribo hoy no trata sobre la tristeza. Un caballero, y no dudes que aquí yo lo soy, nunca habla de sus penas, si acaso de alguna tristeza antígua y abstracta, ese mal de los poetas y esa pena lírica y noctívaga.
Sé cuales son mis males, y a algunos no sé darles solución, pero a alguno de ellos sí, y eso estoy resolviéndolo ahora mismo.

Carlos Edmundo de Ory
Hace poco más de una hora regresaba a casa, y sólo por el gusto de atraer a la musa demoré mi paseo, pues anochecía, y mirando los altos edificios que por arriba inauguran mi calle, me acordé de ese verso del sabio y libre poeta Carlos Edmundo de Ory, que es para mí mi propia vida en los últimos años, pues estoy ...

borracho de ocio y de crepúsculos

Recuerdo el día que conocí a de Ory: el día que murió y que de él hablaron en la prensa. Entonces le leí, y le convertí en uno de mis preferidos, y enseguida publiqué en alguno de mis blogs algo sobre él. Por aquellos días, ya digo, escribía sobre mucho de lo que vivía, y hoy sentí que debía volver a algo de todo aquello.
Ya en casa decidí ponerme a esto, pues a ti te gusta leerme y a mi me hace bien, pues forma parte de mi camino, y estoy siempre perdiéndome en los mágicos bosques de sus alrededores. Cumplo todas las mañanas con una hora de lectura, ahora estoy en un reencuentro con Murakami, con su último libro, Hombres sin Mujeres. Interesante, te va a gustar.
Pero hablemos, sin embargo, de algunos de los otros encuentros.
Hace quince días tuvimos cena los de la EGB. A algunos hacía 27 años que no nos veíamos. Ante mi asombro, uno dijo que yo era muy popular, y otra recordó que yo era el que contaba los chistes. Tuvimos la fortuna de que nuestro colegio estuviera abierto por una fiesta que allí se celebraba. Allí entramos entonces para pasear los patios y hacernos fotos. Al pasar junto al gimnasio recordé algunas pesadillas. Qué poco me gustaba la gimnasia. Qué infeliz me recuerdo entonces. Pese a todo, en la madurez me encuentro más feliz que entonces, pese a mis paseos por lo más oscuro del bosque encantado de la vida, siempre alejándome del camino, siempre volviendo a él para comprobar que sigue allí y así ha de ser, pues soy yo mismo. Así que tomé al niño indefenso que fui y lo traje conmgo, rescatándole de esas torturas de gimnasio.
La semana pasada, esperando a mi amigo el crítico de cine -me gusta presumir de ello- me encontré con otro, uno de mis mejores amigos del instituto. Seguimos manteniendo la amistad hasta los 30 años. Luego, por razones que aquí no importan, nos distanciamos, lo que no quita para que cada vez que nos encontramos fortuitamente charlemos y a veces hasta nos tomemos algo. Me lanzó el piropo que todos me lanzan últimamente, "hombre, Zapata -me dijo entre la sorpresa y el recochineo".
LLevo ya casi un año dejándome la barba, y me da un aspecto que no disgustando a la parte de la población que más me importa, sí provoca en la otra la guasa y hasta el escándolo. Por una vez sigo la moda, esta vez la hipster, como si parte de la población que se cubre de ocio por la zona de Malasaña se hubiera convertido a la religión de Mahoma. " Cualquier día te piden los papeles y te meten en la cárcel -me dice un antíguo jefe, paternalista-" Pero los niños para los que trabajo me miran con simpatía y las mujeres con curiosidad y hasta con agrado, y esto es lo que me importa.
Otro reencuentro feliz fue el que tuve con Carolina hace una semana, a ella mi barba le parece bien, "pero un poco más corta, David, no estaría mal -me dice acariciándola-". Después de una dura semana de trabajo, y de un viernes de locura en el que durante catorce horas seguidas de cocinar, correr, hacer pedidos y preparar notas atrasadas, de dirigir a compañeras a las que no estoy acostumbrado a mandar-no me gusta y no me adapto al papel de jefe, pese a que mi jefa me lo recordara a principios de semana-, después de, también, servir cervezas y refrescos a docenas de padres sedientos, después de todo esto, digo, no se me ocuerre otra cosa que, en vez de ir a casa a descansar, llamar a mi compañero de correrías para tomarnos algo aprovechando la brisa benéfica en alguna terracita. Terminé -quizá era lo que necesitaba más que el descanso- en los brazos de Carolina. Cuando me vio aparecer corrió hacia mi. Normalmente se queda sentada y atenta esperando que reclame yo su atención, pero hacía meses que no aparecía yo por allí y parece ser que tenía tantos deseos de verme como yo de verla. Ante todo quería saber cómo iba su trabajo, si el negocio que quería poner ya funcionaba. Miento: ante todo quería su contacto físico, mirarla, sentir su placer más que el mío.
Con los efectos tan gratificantes de esta droga tan dura, solitario, me dejé perder por Madrid, hasta que cogí un taxi y llegué a casa con una sonrisa constante, y me dormí con el aroma de Carolina como nana.

Sonia, cual Venus Calipigia,
cobrando vida
entre mis manos
Tengo por costumbre, como ritual mágico o como costumbre extravagante, al cruzar los equinocios y los solsticios, el hacer ciertas cosas: son fechas de ocaso e inauguración. Suelo cortarme el pelo -y arreglarme la barba en el último año-, y suelo visitar el Jardín de Venus. No suelo entregarme por completo, quien yace con diosas ha de saber que el verdadero placer está en la contemplación de su goce, no en el propio goce egoísta.
No quiero olvidar, no busco olvidarme de mí mismo. Quiero recordar a cada una de ellas, sólo busco hacer de mi memoria un álbum con estampas dignas de un amante, de un literato, de un ser en busca del tiempo perdido y recobrarlo. Sólo quiero eso: recobrarlo.
Hace pocas semanas, es un ejemplo, volví a Sonia. Le leí la mano y le regalé una rosa. La estampa en mi memoria queda así: una estatua griega esculpida a cincel cobrando vida con mis manos en su cuerpo, con mis ojos en las líneas de su mano. Se acerca un indio o un chino -yo no lo recuerdo- y me ofrece una rosa para ella. Ella acepta la ofrenda. Y queda en mi memoria estampada su elegante figura con una rosa en la mano que leí.
Al día siguiente de lo de Carolina me reencuentro con antiguos compañeros de trabajo. Hace más de dos años trabajaba yo en un centro de menores en una finca custodiada por Sus Majestades los Gatos, que también eran alimentados por mí. Tú misma, transformada en gata de color canela, ibas a visitarme a menudo y me observabas mientras cocinaba. Fueron tiempos felices, tiempos de cambio, también tiempos duros. Echo de menos tu presencia felina siguiendo mis pasos, o es que quizá sigues ahí, pero más sigilosa y misteriosa que nunca. Y has de saber que amo a los gatos -Umbral también lo hacía- porque te amo a ti . Y tú dices que amas el Umbral que hay en mi. Menudo círculo vicioso.
Pues bien, uno de esos compañeros daba con su grupo un concierto de rock. Este educador, como profesional y como persona, es de una calidad humana excepcional, pues el trato que daba a los chavales era un trato familiar, hacía que no echaran tanto de menos una familia.

Umbral y gato
Yo no soy de los que creen, como tantos cretinos, que la vida sea una serie de ciclos que hay que superar. Creo que una evolución hacia delante también puede ser circular, que hay que pasear hacia atrás de vez en cuando y no olvidar lo bueno que hubo, que hay que retomar, que hay que salvar lo que nos hizo, lo que nos trasformó. Que todo es futuro, un espacio por conquistar, pero que somos pasado, y éste es nuestra cadena pero también nuestro arma. Yo creo en la vida como un eterno presente, y recojo las páginas del pasado para actualizarlas, y así tener un futuro habitado y reconocido. Todo lo mío está ya en el futuro, aguardando para ser poblado.
Curiosamente ayer tuve otro reencuentro azaroso, con algunos parroquianos de La Cueva. A este garito habría que dedicarle un próximo post, donde tanto y tan bueno vivimos. Qué pena que desapareciera, pues era un báquico templo donde yo ejercí de guía para almas sedientas y lo señalé como lugar de peregrinación. Allí, alrededor de dos años, fui considerado como lo que soy: un personaje famoso, un pieza. Menudo pieza "el Pizo", se decía por entonces.

Un retal para Hilvanes

"Los días van cayendo poco a poco encima de los anteriores y, a su vez, los entierran los siguientes. Pero todos los días pasados se quedan depositados en nosotros como en una inmensa biblioteca donde hay libros más viejos, y algún ejemplar que seguramente nadie pedirá nunca. No obstante, si ese día pasado, cruzado por el espacio traslúcido de las épocas siguientes vuelve a la superficie y nos cubre, tapándonos del todo, entonces, por un momento, los nombres recuperan el significado antiguo; y las personas el rostro antiguo; y nosotros nuestra alma de entonces; y sentimos, con un sufrimiento inconcreto, pero que se ha vuelto tolerable y no durará, los problemas que hace mucho se tornaron insolubles y tanto nos angustiaban a la sazón. Se compone nuestro yo de la superposición de nuestros estados sucesivos. Pero esa superposición no es inmutable como los estratos de una montaña. Hay perpetuamente plegamientos que hacen aflorar las capas antiguas".
Marcel Proust. En busca del tiempo perdido

Coda a Sonia

Desnudémonos pues como viejos amantes
que lo mismo de siempre nos queda delante.
Desnudémonos pues como viejos amantes
que se apague la luz y que el sol se levante.
Te quiero salvar de tu desnudez
en pleno centro de la soledad.
Me quiero salvar haciendo revolución
desde tu cuerpo de cristal.
Algo nos está pasando, ayer te leí una mano
y cada dibujo al verme me interrogó.
Algo nos está pasando, ayer apreté el interruptor
de encender la luz y encendí el sol. 



Algo nos está pasando, ayer te leí una mano y cada dibujo al verme me interrogó ...