miércoles, 3 de enero de 2018

Ifigenia - la de Eurípides, la de Vallecas, la de Lanthimos-

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Ifigenia en Aulide según una pintura pompeyana

Ayer volví al cine y viendo hipnotizado la última película de Giorgios Lanthimos decidí no dejar pasar esta correspondencia, ya que también hablaba, el personaje que podría corresponderse con Artemisa o Diana, de simbolismo y de metáfora. Brutal su discurso sangriento, además de poético.
Ya sabemos lo que dijo Charles Baudelaire, mi hermano del alma:
el hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
El Sacrificio de un Ciervo Sagrado, la última película de este raro director griego que siempre me gusta, hace referencia al mito de Ifigenia, desde el mismo título, y lo adapta a su peculiar mundo extraño, surrealista, donde los personajes viven como en un sueño, una pesadilla. Así es su cine, desde que lo descubría en Canino -escribí aquí en su día sobre esta obra maestra de la alegoría, la metáfora, del absurdo también. Su cine después siempre sería así-.




Es una cuestión personal este post sobre correspondencias, ya que en las prenavidades, fui a ver con una cuñada y dos amigas suyas -hermanas- Iphigenia en Vallecas, en el Pavón, en el teatro Kamikaze, donde todo fue incómodo, desde las antiguas sillas de andar por casa al reto que nos propone María Hervás en su largo y genial monólogo, con texto de Gary Owen, pues es una adaptación a nuestro idioma de su Iphigenia in Splott. Tanta fue la implicación de la actriz con la obra, y del público con la actriz, que hasta una espectadora se mareó y cayó en uno de los momentos más duros del monólogo.
Es otra versión muy libre y aún así acertada del mito griego, esta vez con una crítica política y social muy dura. Merece la pena y la incomodidad, la pena y el desasosiego el verla. María Hervás será, ojalá, una de las grandes.



Así que avisado con unas semanas de anticipación, tomé las Tragedias de Eurípides, que las tenía abandonadas y muertas de risa junto a las también olvidadas y retadoras Tragedias de Esquilo, y de Sófocles. Hace tiempo leí todo Esquilo, y algo de Sófocles, pero no a Eurípides. La procrastinación es una de mis tragedias. Y en mi contra, ya que hallo contento y sabiduría, consuelo y edificación en estas lecturas tales.
Eurípides, el más humano de los trágicos griegos, el que más planta cara a los dioses. En esta lectura me enemisté con Agamenón y me apiadé e hice amigo de Ifigenia, de Climenestra, de Aquiles. Y como nos sucede con los dioses, miré confuso y aturdido a Diana, ¿pero por qué sacrificar una víctima inocente? Así como al tremendo muchacho de la obra de este trágico de la modernidad que es Lanthimos, que toma el papel de esa suerte de Artemisa o Diana, que responde: porque es lo más justo que se me ocurre.
Enormes, gigantes, trágicas y simbólicas las tres ifigenias, las tres obras, metáforas y alegorías de nuestra inocencia y nuestro castigo, también de nuestra cruel justicia.
Bravo por ellos que nos despiertan y enseñan, por estas tres creaciones que son una sola.
Ya lo dijo Baudelaire:

La natura es un templo donde vivos pilaresdejan salir a veces sus confusas palabras;por allí pasa el hombre entre bosques de símbolosque lo observan atentos con familiar mirada.
Como muy largos ecos de lejos confundidosen una tenebrosa y profunda unidad,vasta como la noche, como la claridad,perfumes y colores y sones se responden.
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